jueves, 22 de octubre de 2009

Miradas objetivas, decían mucho. ¿Palabras? Pocas, no hacían falta. Algunas señales, también un poco innecesarias. Sus ojos lo inmovilizaban, sus manos lo escurrían y su corazón lo abrazaba. El sonido de las olas, el olor del mar, los caracoles festejaban su reencuentro.

Hacia años no se veían, el tiempo había pasado volando, ellos se recordaban como la ultima vez. Su interminable pasaje por las distintas provincias argentinas había terminado, había vuelto a donde quería, donde lo seguía esperando.

Ese día el sol brillaba y los papeles volaban por el aire, el aroma a reencuentro se olía desde Cusco. Llego con la camisa abierta, su mochila en el hombro izquierdo y sus pies llenos de arena de tanto caminar. Ahí lo esperaba, lo esperaba con una sonrisa y en sus manos todas las cartas que en su vida había recibido, un helado de crema y el pelo suelto; también llevaba una enorme sonrisa (¿ya lo dije no?).

Se pararon frente a frente, sus ojos se llenaron de lágrimas, era el momento que siempre habían soñado. ¿Era tan perfecto? Si, creo que era perfecto. Se miraron, no dijeron nada, se sonrieron, y se volvieron a mirar.
La agarro de la mano tan fuerte como pudo, dio media vuelta y la llevo a caminar con él, tenía mucho que contarle.

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